septiembre 20, 2012

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Eran otros tiempos. Cuando yo comencé el primer semestre en la universidad, no existían las memorias con puerto USB y todos los programas en C++ se cargaban en cajas de diskettes floppy de tres y media pulgadas. Se cargaban varios discos en la misma caja y se copiaban los archivos en dos o tres de ellos por si alguno de los discos fallaba justo ese día.
Cuando se trataba de compartir programas, juegos, canciones y videos, lo que se hacía normalmente era sacar el disco duro de su sitio, empacarlo en una bolsa antiestática (yo usaba una capa adicional, una bolsa con burbujas) y llevarlo al computador del destinatario para conectarlo y copiar cosas de un lado a otro. Igual pasaba si alguien no tenía aún unidad de CD con opción de escritura, valiéndose entonces de algún buen amigo que le dejara conectar el disco y quemar datos durante toda la tarde.
La primera memoria USB recién la tuve en 2004. Permitía cargar 128MB de información ocupando el espacio de un llavero y, siendo una memoria Flash, era varias veces más confiable que un disco magnético estándar. Como en aquel entonces ya trabajaba en proyectos varios de la universidad, la memoria no daba abasto para las imágenes de CD que descargaba a sorprendentes 18Mbps (¿o eran catorce?) durante las noches y los domingos en la mañana (sí, tenía que ir todos los días, pero ese es material de otro post). Por ello, seguíamos cargando torres y discos hasta los últimos semestres en los que los computadores portátiles y los discos duros externos se hicieron asequibles y populares.

Entre esos dos extremos de la historia, recuerdo que llegaron noticias lejanas de los ZIP discs, discos con capacidad de 120MB que nunca vi o llegué a usar; me crucé alguna vez con un dueño de un reproductor de minidisc al que vi apenas como un nostálgico que se rehusaba a dejar morir una tecnología intermedia y de éxito discutible. Siempre había pequeños intentos antes de cada gran innovación.

Todo ese tiempo, el almacenamiento físico era importante porque la conexión más rápida (sin abusar del canal de la universidad) era la conexión de TvCable a 64 kbps (luego subiría a 128kbps) que en la práctica, daban para subir un archivo a 8kbps (toda conexión residencial es asimétrica por aquello del uso habitual) y tardar horas en dejar un archivo en algún lugar de lo que ahora llaman La Nube. Los correos electrónicos no pasaban de 10MB de capacidad y la versión beta de GMail (con lista de espera e invitación) recién salió en ese mismo 2004 en el que tuve la primera memoria USB. Era un correo electrónico con 1GB de espacio disponible para guardar, literalmente, todo lo que llegara. A veces, cuando me da nostalgia, doy clic en el vínculo que me lleva a los primeros correos recibidos, llenos de scripts y esquemas de base de datos para los proyectos en los que trabajaba.
Era la solución perfecta a la nostalgia, que atacaba cuando los correos habituales se llenaban y obligaban a guardar correos en el formato que fuera posible, aún en texto plano. GMail se volvió una versión digital de la cajita en la que se guardan todas las maricaditas que le traen a uno recuerdos.

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