septiembre 17, 2012

Rizos

Por más que me siento a ver fotografías, a leer cuadernos y cartas, sólo he podido recobrar tres recuerdos de mi hermano. El primero es tal vez el más lejano. Estamos almorzando aún en el primer apartamento que recuerdo. Todos a la mesa, yo estaba en medio de algún berrinche o gruñido por la comida, mi hermano sentado a la cabecera de la mesa diciéndole a todos que no me consintieran tanto y que yo debía comer sin chistar. Que para eso ya estaba grande. Como siempre, es un recuerdo que bordea los cuatro años.

El segundo, del día en el que nos pasamos a vivir muy al norte de la ciudad. Esa misma tarde, cargó mi triciclo rojo y me llevó a dar algunas vueltas por el parque. Estaba ya oscuro, eran algo más de las seis de la tarde. Estuvimos una media hora en la que me divertí dando vueltas entre los juegos y los árboles. No recuerdo si él mismo llevó el triciclo de regreso o lo llevé yo mismo dando la vuelta alrededor del estacionamiento y los bloques más alejados.

El tercero y último, ya en el apartamento nuevo, es otro almuerzo. Él había llegado de la universidad y almorzaba con algo de prisa. En esas, dejó caer mi plato de sopa (él quería comer poco porque iba de afán) y yo fui a quejarme con mamá porque ahora mi vajilla estaba incompleta. Creo que prometieron reponerlo, aunque seguro sería difícil pues tenía un enorme dibujo en el fondo de un niño a-la-huckleberry-finn, con un pato en la mano, riendo, frente a un letrero rústico que decía "vedado de caza".

Sé que papá me alzó en brazos para que pudiera ver el cadaver de mi hermano en la misa de exequias. Fue en la capilla de la universidad en la que él estudiaba, un templo voluminoso y extrañamente oscuro. Sin embargo, no recuerdo lo que vi en ese momento y la memoria da un salto a una tarde fría, sentado junto a la carpa que cubría el foso. No recuerdo a nadie salvo a mi hermana, sentada cerca, llorando.

Aún conservo un pocillo y un plato de mi vajilla incompleta. Uso el plato cuando quiero comer poco y voy de afán.

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